miércoles, 14 de octubre de 2015

UN RATICO ON AGULLES ÉS MÉS ALT

Siempre tenemos suerte en Montserrat.
Se nos ocurrió escalar allí donde la Regió d'Agulles está más cerca del cielo azul, que no es poco decir, tantos son allí los monolitos que a él apuntan.
Y así encontramos l'Agulla de la Mà, quizá más conocida como la Torta. Ya habíamos pasado bien cerca cuando recorrimos la intrincada y curiosa Travessa d'Agulles i Frares.

Esta es la muralla que delimita Agulles. La Mà no parece la más alta.

Faldeando la correspondiente muralla dels Frares Encantats ya se ve que la Mà sobresale.

Desde la cima del gran domo del Montgròs, la Mà sube alto entre tanta compañía.


Lo mismo se observa con claridad en las fotos aéreas de las páginas 177 y 185.

La pequeña biblia montserratina de Josep Barberà indica sus 1087 msnm y que su más antigua denominación fue La Mà.


Según explica, su primera ascensión ocurrió el 13 de noviembre de 1927 de la mano de Lluís Estasen y unos acompañantes de los que, al parecer, no se han guardado sus nombres.

Nosotros decidimos subirla por donde ellos lo hicieron, casi 88 años después...
Intentamos imaginarnos a unos y otros allí arriba. Cada cual con sus trastes. Uno sube con lo que tiene en la época que le ha tocado vivir.

Si bonito es el camino que a ella conduce no lo es menos la brecha donde se inicia. Es un amable rellano de bloques, semicolgado y rodeado de árboles que atenúan el vacío cercano.

El jardín de inicio. Unas cabras debieron estar hace poco y un pájaro oscuro pasó rápido y silencioso por tres veces entre el bloque y la pared de la Mà.

Y en seguida a subir.

Una vía de trazado tan simple como agradecido.

Llegando a la reunión que precede a la cima ya podemos sentarnos a mirar.

Y llega el ratico de estar en la cima, allá on és més alt:

Se está tan bien, es todo tan tranquilo y hay tanta vista...

También es estupendo bajar las rocas montserratinas. Es como caminar rápido y ágil (y diminuto) por estructuras limpias y compactas, masivas y aéreas:


ENCUENTROS

Casualmente miramos en la grieta junto a la que se instala la reunión. Un bolígrafo húmedo y descolorido. Ninguna hoja de papel, ningún cuadernillo metido en la rendija. Tampoco es sitio para un buzón. Quizá quien andaba tomando notas vio aquí estropearse su útil, o se quedó olvidado ¿quería quedarse?
Un rato antes, a pié de vía, fuimos a esconder las mochilas bajo el bloque que la inicia. Allí, fuera de las miradas pero en un rincón con espacio, había un ramito de color ya mimetizado con una alegre banda naranja. Y una plaquita, recordando a un niño que debió llamarse Roger.

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