Después de tantos días de encierro, ganar el espacio abierto puede que agudice la percepción. O que la evidencia, no por conocida, se nos muestre aún más esplendorosa.
Con pocos días de diferencia hemos vuelto a ver la cara y la cruz.
Lo que la naturaleza nos regala (o sencillamente nos muestra y ofrece) algunas personas nos lo arrebatan.
PIEDRAS REGALADAS
Recorrimos las planicies de los Alanos, mayormente solitarias.
Una vez allí, subimos a la más occidental de las Agujas de los Alanos.
Bajo las placas cimeras, resguardados del aire frío, una piedra salía de su encierro. Podíamos tocarla. Comprobar su diferencia. Su interés por el mundo se compartía con el nuestro.
Regresando al sur, otra de las piedras, ya desprendida de las alturas, nos enseña el valor de la convivencia.
PIEDRAS ARREBATADAS
Volvimos a subir a tan bonita peña. De tan preciosa vista.
Volvimos a ver los dos preciosos barrancos, que tan buenos recuerdos alimentan nuestra vida (ver aquí y aquí).
Arrebatados por la voluntad poderosa de otros.
No hay otra posibilidad de volver si no es a nado. Tan solo se trata de cruzar a la orilla más cercana. ¿Es esto un mal?
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