martes, 11 de noviembre de 2014

25 AÑOS. LAZAS

¡Como para esperar más de una semana después de San Chinés! Al sábado siguiente nos metimos a las bravas en el que parecía más bruto. Si lo era, nosotros lo hicimos aún más.
Hace justo 25 años, Chema Fácil, Ramón Bitrián y Enrique Salamero efectuamos el primer descenso del Barranco de Lazas. Así quedó anotado en mi agenda:


Por supuesto seguíamos sin saber el nombre del barranco. Le pusimos Lazas porque sabíamos que todos estos acantilados de Ligüerre se conocen como los Mallos de Lazas. El señor Ángel Lera (ver aquí) me explicaría años después que se llama Barranco de Huerto Mayor ya que en su ámbito existió un huerto con esta denominación.

El punto rojo indica el Barranco de San Chinés (que abrimos 7 días antes) y el punto azul señala el despeñadero del Barranco de Lazas.

Llevábamos una cuerda de 100 m que nos había prestado nuestro club, Peña Guara, y algunas cuerdas más para los rápeles cortos y poder recuperar la de cien al estilo cordelette. Efectuamos la aproximación remontando la empinada y abrupta canal que sube a Ligüerre. Desde las planicies cimeras buscamos el punto que nos pareció más sencillo para entrar en el vallecito de cabecera.
Hacía un tiempo de perros. Llovizneaba, las nubes bajas tapaban las cotas cimeras de todas las montañas que veíamos y todo estaba completamente mojado. Vaya un día para abrir un barranco como este. Chema y yo aún nos mirábamos pero Ramón no nos dejó ni hablar, ni en broma pensaba volver a subir hasta aquí cargando otra vez una maroma semejante y toda la ferralla que llevábamos. No hubo más que hablar.

A la izquierda se ve el barranco prácticamente al completo: una cabecera que se excava progresivamente, que se estrangula en un estrecho que acaba por despeñarse por el acantilado, y en su base un circo arrampado que se estrecha de nuevo antes de desembocar en el Barranco de Isarre.
En la imagen de la derecha se muestra más de cerca casi toda la caida.

Ilusos de nosotros. Antes de meternos lo habíamos visto solo un par de veces. Fuimos expeditivos en el juicio: "de frente esto engaña mucho, en unos 80 m nos ventilamos la caida principal". Lo que nos llegamos a reir cuando nos asomamos por el umbral de arriba...
Imposible parar a Ramón, ya lo conocemos. Agarró y venga para abajo. No se lo pensó dos veces, vio una cornisa con un árbol y se las ingenió para llegar hasta él en pleno volado. De paso nos condenó a todo el resto de mortales, a día de hoy incluido, a pendulear para llegar hasta allí. El primer iluso que purgó fui yo, justo a continuación. (Casi) todo lo hicimos mal: Ramón soltó las cuerdas en lugar de fijarlas (que se fueron de la reunión y volvieron a la vertical de la canal) y yo me puse a rapelar con mi arnés tipo espeleo (es decir, con el punto de anclaje muy bajo) y un cacho mochila que pesaba mil demonios a las espaldas. Resultado: bajé despacio y regular hasta situarme en medio del desplome y cuando me paré frente a Ramón (que se reia muy simpático en la cornisa) e intenté pendulear, comprobé como el peso me vencía sin contemplaciones y me tiraba hacia atrás. No podía soltar las dos manos. Afortunadamente llevaba un descensor de poleas autobloqueante que me permitió detenerme en el sitio. Y así, con la mano izquierda asiendo la cuerda para equilibrarme, me las ingenié para recuperar con la derecha algunos de los ¡70 m de cuerda! que seguían hacia abajo (cómo pesaban) para enviárselos a Ramón. Cuando por fin lo conseguí, fácilmente me tiró hacia la reunión. Qué mal trago...
Pero las anécdotas siguieron algo más abajo. Este es el texto que años después escribió Chema para ilustrar lo sucedido (no hace falta añadir mucho más):

(Fuente: Manual de Descenso de Barrancos. Prames. 1999)
A la derecha: Chema en el Verdon en noviembre de 1991, ya se le había pasado el susto.

Al día siguiente dibujé el croquis de nuestro descenso. Con el paso del tiempo he conseguido algunos más que muestran la evolución del equipamiento de la gran vertical. Son estos:

De izquierda a derecha: 1989 (primer descenso), finales de los años 1990 (René Bouyal, con quien compartí muchos años de profesión), 2002 (Miguel Cebrian y Otis para la web Cañones y Barrancos), 2013 (Jabi Álvarez).

La vertical no tardó en ser fraccionada, incluso muy fraccionada. Las reuniones llegaron a multiplicarse. Cuando fue reequipado con parabolt inoxidable de 10 mm por Jabi en 2011 y 2013, la cantidad de ferralla que se eliminó llenaba por completo un gran petate.

Y sí, tal y como dice la agenda, aquella noche me fui al cine a ver Abyss. Lo que me faltaba para rematar la faena. Con tantas y diversas alturas y profundidades variopintas, aquella noche me la pasé soñando con verticales angustiosas.

Pero, en un barranco con estos antecedentes, las anécdotas no pueden acabar. Si ya nos reímos con la de Chema, la del "Comandante"... Éste amigo nuestro (pasaremos por alto su nombre verdadero) se fue un buen día con su hijo a bajar el Barranco de Escomentué situado algo más al oeste. Ya sabemos que tiene una naturaleza despistada, lo cierto es que al avanzar por lo alto de Ligüerre vieron a mano izquierda una vallonada que se estrechaba en dirección al acantilado: "ya está, ya hemos llegado", debieron pensar... Cuando alcanzaron el umbral de la gran vertical acabaron por darse cuenta. Al cabo de unas horas, cuando llegó el equipo de rescate de la Guardia Civil y se lo encontraron allí, que lo conocían sobradamente por coincidir en diferentes cursos, se lo miraban sonriendo: "Pero Comandante...".

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