miércoles, 19 de agosto de 2015

DE TRESVISO, SAINT-SAUD Y PASTORES

Ni por casualidad nos imaginábamos todo esto.
Al principio solo habíamos visto en el mapa un camino marcado como PR que parecía curioso. Casi nada lo que venía detrás...
Y por si fuera poco, después de tanto seguir a Saint-Saud y los viejos pastores por el Valle de Rodellar, nos los encontramos aquí.

Se trata del viejo camino minero de Tresviso a la Central de Urdón en el fondo del desfiladero de La Hermida, en Picos de Europa. Una simple búsqueda en internet y aparece rápidamente.

A la vuelta de la excursión encontramos en Potes un librito de los de antes que explica lo que antaño fue Tresviso. Y por si fuera poco, también la monografía de Saint-Saud.
De repente los Picos de Europa dejaron de ser para nosotros tan solo un macizo en el que trepar.


Quien sienta curiosidad tiene en el librito azul una estupenda manera de empezar.

A parte de lo impresionante del camino y de la preciosidad de los invernales de Prías, nos llamaron la atención dos construcciones ya arruinadas.
De la primera nada sabemos, salvo lo formidable de su ubicación vertiginosa:


Respecto a la segunda nos dejó petrificados al divisarla mientras subíamos:



El recuadro rojo lo señala. El librito azul ya nos dio una pista, luego lo encontramos por internet y finalmente resultó estar ya publicado en un interesante libro de Ángel Sánchez Antón que ya no hemos tenido tiempo de buscar: "Macizo Nororiental de los Picos de Europa. Peñas Cabriegas".
Se trata de una cavidad conocida como Tombu Robru al que los pastores entraban con el ganado desde abajo y desde arriba. Asunto bien poco fácil. En la foto de la derecha se ve la cornisa picada para su acceso inferior. El superior no es menos difícil. En el abrigo rocoso aún se distingue parte del muro de piedra seca, fue lo primero que vimos.
Peñas y pastores siempre traen cuestiones de notable interés.

En 1907 Saint-Saud ya estuvo aquí y escribe sobre el en su monografía. Tresviso a parte, estas líneas nos llaman particularmente la atención:
Bajando el 12 de julio nos paramos para calentarnos y desayunar en la venta de las Cortes, pequeño y bonito albergue atendido por serviciales personas. Durante el descanso, me acuerdo que fue encantador y animado, más aun porque el alcalde de Potes se nos había unido; rememoraré también cierta ensalada de huevos duros y cebollas, y los viejos vinos, regalo de Bustamante, de la Liébana (el famoso Tostadillo, pues la yema y sobre todo el lagar son inferiores) (...) Por lo demás los albergues asturianos y montañeses están menos sucios y mejor aprovisionados que los de Aragón y Cataluña, en una palabra menos mediocres, y la gente más diligente.
Ya que recordamos su conocida cita del 16 de septiembre de 1883, la de quien, aunque esforzado y curioso viajero, no olvidaba la comodidad de la nobleza:
En Bagüeste (1.247 m), ¡qué decepción ! El señor cura que me había alojado el año pasado, está ausente, y su casa, casi cerrada; me veo obligado a llamar a la puerta de una de las casas del pueblo que, aún siendo la mejor, es de una pobreza relativa y de una suciedad a la que difícilmente me acostumbro. La miseria diurna todavía pasa; pan, vino, huevos y no morimos de hambre. ¡Pero la miseria nocturna! Sigo sufriendo tanto como en mi primera incursión por España. ¡Qué jergones! Se diría que están rellenos de leños. ¡Qué sábanas! Sólo se pueden mirar a la luz pálida del quinqué humeante. ¡Y si se durmiese solo! Pero para colmo hay que cohabitar con incontables variedades del tipo insecto que vienen a degustar la carne francesa; quince días después de mi regreso todavía se podía leer en cincuenta y siete puntos rojos, grabados en la mano y la muñeca derechas, el insomnio de mis noches. Estar agobiado por los largos recorridos, por el trabajo constante y una tensión mental de varias horas en las estaciones topográficas, ¡y no poder dormir! Evidentemente es demasiado. ¡Y tampoco este año me he librado de estas miserias!
Y la de su pernocta en el Mesón de Barranco Fondo dos años antes, el 17 de junio de 1881:
No pude dormir en este terrible albergue; me acababa de dormir en un mísero camastro, y me tuve que levantar cubierto de los pies a la cabeza de mordeduras provocadas por un pequeño animal largo, muy ágil, una especie de ciempiés, según creo. Me quedaron marcas de las picaduras al menos quince días. La cocina negra y llena de humo, donde los muleros dormían en el suelo, me proporcionó un asilo igual de triste, pues otros insectos más conocidos se dedicaron a pasear sobre mi persona negándome el reposo.
Imposible arguir una defensa patria.

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